Al adentrarnos en el mundo musical, surgen diversas interrogantes, una de ellas es: ¿cuál es el valor de la música?, ¿hay realmente un criterio más allá de un mercado que señale con el dedo?, ¿más es o más, o menos es más? Para responder esa pregunta debemos entender a que nos referimos con “valor” y cómo interpretarlo.
Lenguaje trascendental
La respuesta corta es: el valor de la música es intangible e imposible de medir. No hablamos técnicamente u objetivamente, hablamos de la importancia que tiene la música en la historia de la humanidad, en el día a día, cultural y socialmente, en su valor artístico y humano. Habla sin palabras, conecta los corazones, las mentes de todos aquellos que coinciden en melodías que se quedan para la posteridad. No es solo un ocio o un precioso arte sonoro, es una expresión que trasciende nuestro espíritu. Decir todo esto parece muy romántico, porque no vivimos del aplauso, y aún así muchos estamos dispuestos a crear y soñar música sin esperar nada a cambio.
Cuando la idea se hace mercancía
En cuanto la música sale de nuestra cabeza y ve la luz , inevitablemente buscamos hacer de ella un “activo”, pero esto depende de muchos factores. Uno de ellos y quizá el más importante es la “demanda”, es decir, “cuántas personas están dispuestas a escuchar nuestra música” (a pagar por ella). Misma situación que genera una gran interrogante: ¿Es lo popular más valioso?, ¿es mejor la música que casi todos conocen? , ¿mi música no vale nada si nadie la escucha? Vaya que esto nos lleva a una reflexión interesante.
El peso de la industria
Evidentemente la popularidad no necesariamente se relaciona con la calidad, pero en términos de mercado y de una industria que no es industria si no genera ganancias, lo popular representa la apuesta segura, sin embargo, lo que hoy es popular no siempre lo fue, su valor económico nunca fue el mismo, creció en función de su rentabilidad. Tristemente, si la música no es rentable para el mercado, esta no sirve, el arte por ser arte no tiene valor en sí mismo. Tenemos la percepción de que lo popular es el estándar, que es mejor que aquello que no lo es. Un artista famoso siempre será “más” que alguien con la misma trayectoria pero menos popular. Alabamos la fama y despreciamos el ostracismo de ciertas tendencias. La música solo tiene valor cuando se puede hacer de ella un producto rentable, llámese mercancía, marcas, derechos de autor, etc.
Más música que nunca
Podemos llamarnos afortunados de vivir en una época donde gracias a los servicios de streaming tenemos a nuestra disposición una inmensa biblioteca de música. Hito que irónicamente representa una de las mayores caídas en el valor de mercado musical y el bolsillo de los artistas, ahora la oferta es inmensa, tan grande que parece que cualquiera puede hacer música… Y si así fuera, ¿por qué eso debería ser un problema?, bueno; lo es cuando entendemos el concepto de “oferta y demanda”, motivo por el cual muchos nos preguntamos cómo competir con tanta música, y quizá en el proceso, olvidamos de uno de los principios más importantes como artistas: el de ser creativos, no competitivos, problema que afecta a las comunidades musicales en sus diferentes facetas.
Del mercado, de lo objetivo y lo subjetivo
Es inevitable aceptar que la industria decide sobre la “buena y la mala música”, que el valor económico de un artista depende de su capacidad para ser rentable no así de su capacidad creativa. Y es que, dejando del lado el tema monetario, siempre será difícil ser objetivo sobre lo que es o no es buena música. La música virtuosa o compleja en ocasiones es catalogada como falta de corazón e incapaz de gustar al publico en general, y luego está la “simpleza” de cualquier canción que apela a la mera emoción y estremece a una mayoría. La música resulta en una expresión multifacética, más allá de nuestros gustos personales, hablamos de un ente que siempre está mutando. Los grandes artistas son los que se atreven a cuestionarse y reinventarse, el público no siempre atienda esa necesidad, por eso el fracaso de un artista a veces es una paradoja que tiene que ver con el cambio incomprendido, con el valor trascendental de la música. La música existe y todos la disfrutamos, soñamos y necesitamos, la música vale mucho, vale más que el dinero o que la fama, su valor es imposible de calcular, solo la eternidad sabrá cuanto vale cada melodía que alivia nuestra alma.