“No hay tierra más fértil que un cuerpo que se sabe vivo.”
Yo no sé en qué momento comencé a disfrutar más de estar descalza.
Quizás fue cuando me sentí más rota. O quizás más viva.
Quizás fue la arena y la mar. O la tierra del sur de Oaxaca.
El caso es que un día entendí que para sentir a la Tierra tenía que sentir primero a mi cuerpo.
Y que si mi cuerpo dolía, era porque la Tierra también estaba doliendo.
Cuando viví en Puerto Escondido, estuve inmersa en una comunidad frente al mar donde vivía descalza, conectando con mi cuerpo, con mi respiración. Dormía con las olas, despertaba con el sol alzándose por mi ventana. Caminaba sin expectativas, sumergía diario mi cuerpo en el agua, cuidaba las plantas, hacía yoga, y muchas veces, simplemente contemplaba. Ahí aprendí a: re-aprender a estar.
En Puerto conocí a una mujer australiana que danzaba como si fuera agua. Nos volvimos amigas.
Jugábamos a evocar elementos con el cuerpo: el viento, la tierra, el fuego, el agua.
Y un día, bailando, jugando, sentí algo que sigo integrando:
Que el cuerpo también guarda las memorias de la Tierra.
Que nuestros músculos, nuestras lágrimas, saben también a la explotación, opresión, abuso, a la violencia histórica sobre nuestros cuerpos, especialmente en los cuerpos de las mujeres.
Y que bailar, de algún modo, es también una forma de liberar y resistir.
El cuerpo como el primer territorio
A veces me pregunto por qué hemos separado el cuerpo de la Tierra.
¿En qué momento dejamos de sentirnos naturaleza?
La piel es tierra.
La sangre es agua.
La respiración es viento.
El fuego es nuestro corazón latiendo.
El cuerpo es nuestro primer territorio.
Y muchas veces, las mujeres cargamos con generaciones de silenciamiento, de control, de dolor alojado en la pelvis, en la garganta y en el útero.
Como diría Clarissa Pinkola Estés, autora de Mujeres que corren con los lobos:
“Ser mujer es tener un cuerpo que recuerda.”
Si no lo habitamos, si no lo escuchamos, si no lo cuidamos y respetamos… ¿cómo vamos a cuidar los ríos y los bosques?
Hay algo profundamente político en permitirnos sentir. En permitirnos danzar. En permitirnos sanar.
Hace poco fue el centenario de Rosario Castellanos, quien escribió:
“Soy mujer. Y un cuerpo me delata.”
Y yo le agregaría:
“Soy Naturaleza. Y un cuerpo me recuerda.”
Danza como herramienta de conciencia ecológica y sanación femenina
No tengo una formación en danza. Pero he bailado para re-conectar con mi esencia, para desbloquear memorias estancadas, para tocar mi voz interior o simplemente para disfrutar.
He danzado para procesar el duelo, para nombrar lo innombrable, para expresar esperanza.
He danzado en el bosque, frente al espejo, en el mar.
He danzado para sanar mi linaje, para encontrar mi centro, para hacer espacio al sentir.
Hay meditaciones y movimientos que ayudan a liberar la garganta, a abrir el pecho, a mover la cadera: centros energéticos donde se anida la creatividad, la voz y el poder de la mujer.
La danza, entonces, no es solo un arte:
Es un acto de memoria, de resistencia, de transformación.
Una forma de enseñanza-aprendizaje, también en temas de conciencia ecológica:
Pues el cambio climático deja de ser solo una cifra y se siente en el pecho.
La deforestación no es solo una noticia: es una herida sobre nuestros cuerpos.
El agua contaminada son las aguas estancadas dentro.
Danzar sensibiliza. Abre canales. Desarma los discursos para abrir espacio a lo sensible.
Agua Libre: cuando el cuerpo se vuelve río
Hace poco participé en la grabación del performance Agua Libre.
A través del movimiento, se hizo un llamado a liberar el agua de las garras de las grandes embotelladoras.
Movimiento como río interrumpido, como gotas estancadas, como cuerpos sedientos.
Así es como el arte y el cuerpo pueden ser herramientas de justicia.
Una forma de gritar sin gritar. De decir con el cuerpo lo que ya no cabe en el lenguaje.
Volver al cuerpo. Volver a la Tierra. Volver a tu casa.
Hoy quiero invitarte a algo sencillo, pero poderoso:
Descalzate.
Camina en silencio sobre la tierra, sobre el pasto.
Cierra los ojos.
Escucha tu cuerpo.
Mueve tus manos, luego tus pies, luego tu cadera.
Permítete moverte como un acto íntimo de común unión con la Naturaleza.
Danzar es una forma de volver a casa.
A esa casa profunda que es tu cuerpo.
A esa casa mayor que es la Tierra.
Y si somos capaces de habitar ambas con amor, quizás podamos —juntxs— sanar nuestros territorios.