El hombre que me sostiene no siempre pronuncia las palabras perfectas, pero cumple con lo más sagrado: simplemente está.
Mi papá creció en una educación y un entorno machista, como muchos de su generación, pero en su presencia descubrí otra verdad. Ha sido todo lo contrario: un hombre presente, cariñoso, sabio en su silencio. Un hombre que me ha sostenido desde que tengo memoria, sin necesidad de gritarlo. Me despertaba cada mañana desde el kínder hasta la preparatoria. Hacía el desayuno, como un ritual silencioso de amor.
Años después, en uno de los momentos más oscuros de mi vida —después de una separación cargada de violencia y abuso—, sentí que no iba a poder con la vida. Me sentía rota, vacía, irreparable. Ese día, mi papá me abrazó fuerte y me dijo: “No estás sola, vamos a sacarlo juntos.” En ese momento entendí algo profundamente espiritual: no todos los hombres son peligrosos. Volví a confiar. Volví a respirar.
El sagrado masculino no es exclusivo de los hombres. Vive en todas las personas, más allá del género.
Es la energía de la acción que no atropella, la fuerza que no aplasta, el sostén que no estrangula. Es saber contener sin poseer. Dar sin dominar. Ser firme sin ser rígido.
En lo espiritual, es el principio que impulsa y produce, no desde el ego ni el poder, sino desde la presencia consciente. Es la determinación de estar con el otro, no por encima de él.
Y lo más importante: es el reconocimiento de que lo masculino no es lo opuesto a lo femenino. Es su complemento sagrado. Uno no puede existir sin el otro. Negar uno es negar la totalidad.
Hoy vivimos en una sociedad herida por la falta de masculinidades sanas.El vacío de un masculino consciente ha dejado a muchos hombres huérfanos de guía interna. Lo vemos en la cultura incel, en la misoginia disfrazada de memes, en la negación del llanto, en la adicción al control, en el miedo a la ternura. Vemos a hombres atrapados en la fantasía de que ser hombre es ser invulnerable. Que sentir es de débiles. Que cuidar es de mujeres.
Y así, se perpetúa la tiranía emocional, la confusión identitaria, el odio. El trauma colectivo. La falta de alfabetización emocional nos ha dejado a muchos sin un lenguaje para expresar el alma.
Pero hay esperanza. Porque sanar el masculino es posible. Y empieza, paradójicamente, por honrar lo femenino.
Por reconocer que las emociones no son una debilidad de género, sino el idioma del alma. Que la responsabilidad no te esclaviza, te fortalece. Que la presencia plena es lo más divino que lo humano puede experimentar.
A todos los hombres que sienten que no saben cómo serlo:
No se trata de parecer duros. Se trata de estar presentes.
No se trata de tener la razón. Se trata de sostener con amor.
No se trata de evitar el dolor. Se trata de sentirlo sin miedo.
Y si alguna vez dudas, recuerda esto:
Ser hombre no es una carga.
Es un acto sagrado.
🔮Marcela Ferriño Morillón.