Inicios
Imagínate una tarde de 1911 en la Ciudad de México: un pequeño Manuel, de apenas ocho años, se sienta al piano de la sala familiar. Su madre, Raquel González Cantú, pianista de talento, le enseña las primeras notas; su padre, ingeniero de minas oaxaqueño, celebra cada pequeño avance. A los trece, Manuel ya brilla en la Academia de San Carlos y más tarde en la Escuela Superior de Música del INBA. Aquellas teclas convertirían sus dedos inquietos en el latido musical de toda una nación.
Trayectoria
Cuando el cine mudo empezó a desvanecerse, Esperón supo que su lugar estaba tras el telón de sonido. Primero, improvisaba acompañamientos en las salas de proyección; luego, afinó su oído para la gran pantalla. Su debut oficial fue con La mujer del puerto, un filme que exigía atmósferas profundas y nostálgicas: Manuel las entregó con una sensibilidad pocas veces vista.
Pronto se volvió indispensable: en más de 600 películas puso su sello, y sus cerca de 950 canciones (registradas en la SACM) recorrieron el mundo en voces de leyenda. ¿Quién no ha tarareado “¡Ay Jalisco, no te rajes!” o “Amorcito corazón”? Cada tema lleva impresa la calidez mexicana, esa mezcla de melancolía y orgullo que definió toda una generación.
Trabajó codo a codo con Jorge Negrete y Pedro Infante, dos voces que, gracias a sus composiciones, se convirtieron en iconos indiscutibles. Y no solo ellos: directores como Emilio “El Indio” Fernández y el gran fotógrafo Gabriel Figueroa encontraron en Manuel al colaborador perfecto, capaz de traducir en música cada sombra y cada gesto de sus planos.
Importancia en el Cine de Oro
La Época de Oro del cine mexicano no sería la misma sin Manuel Esperón. Si Emilio Fernández narraba historias de tierra y alma, y Figueroa las pintaba en blanco y negro, Esperón las dotaba de latido y emoción. Sus melodías no eran meros acompañamientos: eran personajes más, capaces de susurrar la brisa de Jalisco, el peso de un adiós o la euforia de un reencuentro. Gracias a él, el cine mexicano encontró una voz musical que trascendió fronteras y generaciones.