Mi cuerpo habla, el yoga me enseñó a escucharlo.
Celebrando el día internacional del yoga.
Durante mucho tiempo viví desconectada de mi cuerpo. Vivía en la mente, en el caos, en el hacer constante. Me sentía ansiosa, partida en muchas direcciones, como si siempre faltara algo. El yoga llegó a mi vida como un susurro suave y persistente: una invitación a pausar.
No fue amor a primera vista. Me costaba quedarme quieta. Me frustraba sentir que no podía hacer ciertas posturas. Pero cada vez que volvía al tapete, algo se reacomodaba. El cuerpo me hablaba. Y lentamente, comencé a escuchar.
Para mí, el yoga no fue solo una práctica física, sino una medicina profunda. Me enseñó a habitarme, a conocerme, a sostenerme. Me ayudó a sentirme segura en mi propia piel y me daba una isla de tiempo que era solo para mí. Fue un puente hacia mi espiritualidad, hacia el autocuidado, hacia el presente. Un proceso que sigo caminando cada día.
Tomar la decisión de certificarme como profesora fue un parteaguas en mi camino. Me llevó a conectar con personas que, al día de hoy, considero amigas y amigos del alma. Éramos un grupo de seres humanos transitando momentos muy distintos, pero con una misma búsqueda: volver a nosotros mismos. Muchos llegamos rotos, perdidos, confundidos... y nos fuimos encontrando juntos, en la práctica, en el silencio, en los abrazos, en el sostén mutuo.
Esa comunidad se volvió refugio, espejo y medicina. Y eso también me lo regaló el yoga.
Hoy sé que necesitamos más espacios así. Espacios donde la compasión y el respeto sean las bases. Donde podamos sentirnos libres de ser, sin juicio. El yoga me enseñó que sanar no es un proceso individual aislado, sino algo que también sucede en lo colectivo, en la tribu, en lo compartido.
Este es el segundo año que celebro el Día Internacional del Yoga como abanderada apoyando en la organización de una clase junto a Apurva, la escuela donde me formé como profesora. Fue un momento muy especial, no solo por lo simbólico de la fecha, sino por lo que representa Apurva para mí.
Es más que una institución: es una familia. Un lugar donde se honra el proceso de cada persona, donde se enseña desde la compasión y se cultiva comunidad real y amorosa.
Apurva nació del deseo de compartir lo que el yoga significó para su familia. Coco, su directora, me compartió cómo su padre encontró en el yoga un camino de sanación durante una etapa oscura, mientras buscaba valientemente salir del alcoholismo y cómo esa transformación dio origen a una red de bienestar que ha tocado muchas vidas.
El nombre Apurva, que en sánscrito significa “diferente”, refleja su visión de crear una escuela humana, cercana, accesible. Y esa diferencia se siente.
La celebración de este Día Internacional del Yoga no fue casual. Para Apurva, organizar este evento a nivel nacional fue una manera de abrir las puertas a más personas, de visibilizar este camino de reconexión interior y compartirlo con alegría. Querían sembrar bienestar, comunidad, esperanza.
Y lo lograron. Ver tantos cuerpos distintos respirando al mismo tiempo, compartiendo una hora de silencio, conciencia y cuidado, me llenó el corazón. Fue un recordatorio de lo importante que es hacer comunidad desde el amor y la presencia.
Hoy agradezco a mi cuerpo, por sostenerme incluso cuando yo no sabía cómo habitarlo. Agradezco al yoga, por darme herramientas reales para estar. Y agradezco profundamente a Apurva, por ser un faro y un hogar en mi camino.
Si estás leyendo esto y el yoga te llama, aunque sea bajito, escúchalo. No necesitas hacerlo perfecto. Solo necesitas estar. Respirar. Habitarte.
Y si un día nos cruzamos en el tapete, que sea para recordarnos mutuamente que el camino hacia adentro también puede compartirse.
Marcela Ferriño Morillón.
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